Introducción
Nos permitimos abordar un apartado un tanto marginal en los estudios gnósticos y que se relaciona con el Drama cósmico, en Semana Santa, especialmente con la conmemoración de la cena del Señor, la institución de la unción gnóstica, en Jueves Santo. Nos referimos al ciclo de los cereales y los dioses solares, que se observa con propiedad, tanto en el mito solar, relacionado con Dionisos y Deméter, como en Isis, Osiris y Horus. Más tarde aparece, pero ya velado en Jesús, la virgen María y en María Magdalena.
Dionisos, Osiris y Jesús, representan el trigo, el pan y todo su proceso desde la siembra, hasta su sacrificio en la cosecha y el nuevo ciclo, en la resurrección del Señor. Esto ocurre, en mucho, en forma similar con los dioses del maíz, en Mesoamérica.
La Anunciación
De esta manera, la fiesta de la Anunciación, que se celebra en el Santoral cristiano, el 25 de marzo, tiene una relación astronómica, como todas las fiestas solares del Santoral. Curiosamente, ocurre cuatro días después del equinoccio de primavera. Es claro que se entiende que, la inmaculada concepción ha ocurrido la noche del 24, es decir, tres días después del equinoccio de primavera, en el hemisferio norte. Usualmente, concebimos el equinoccio de Aries en conexión con el Drama cósmico, con la pasión, crucifixión, muerte y resurrección del héroe solar, del Cristo cósmico. Es decir, la Semana Santa, en gran medida, encierra un misterio relacionado con la tradición del equinoccio de primavera, en el hemisferio norte. Sin embargo, al mismo tiempo que el Sol resucita, es concebido nuevamente. Es de comprender que, nueve meses después de la Anunciación, es decir, de la inmaculada concepción, ocurrirá Navidad, el nacimiento del Sol, tres días después del solsticio de invierno, también en el hemisferio norte, el nacimiento del niño de oro de la Alquimia. Lo que rara vez se estudia, es que estos mitos, también conectan la resurrección con el incesante renacer de la semilla sagrada en el ciclo agrario.
En el Evangelio de Lucas 1:26-38, se lee: “Anuncio del nacimiento de Jesús. Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia”.
Las divinidades solares de las antiguas cosmovisiones, eran a la vez, las divinidades de la agricultura, en especial, de los cereales y más específicamente, del trigo y de la cebada. Son divinidades duales: masculina y femenina. En todos los mitos asociados a la divinización del grano, hay un héroe solar que nace incesantemente en invierno, muere y resucita en primavera. No puede dejarse de lado que, junto al dios solar invicto, está siempre presente el eterno femenino, la Diosa en sus diversas manifestaciones.
Las tres Marías y el eterno femenino
Ella es la madre, pero también es la esposa y la hermana. No menos importante es el papel de abuela y de hija, es decir, cinco aspectos de la madre divina en el ser humano. En la tradición cristiana, aparece sutilmente este profundo simbolismo, en particular, en el mito de “las tres Marías”.
Así, se lee en Mateo 27:55-56, en la Biblia del oso: “Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo”. En el Evangelio de Marcos, 15:40-41, de la misma versión bíblica: “También había algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando él estaba en Galilea, le seguían y le servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén”. En Marcos 16:1-2, se lee también: “Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol”. En Lucas 24:10, se lee al respecto de las tres mujeres que visitan el sepulcro del Señor: “Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles”.
Sin embargo, es en Juan 19:25 donde se encuentra con más propiedad el misterio de las Tres Marías: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena”. En forma similar, en el Evangelio de Felipe, se lee: “Tres (mujeres) caminaban siempre con el Señor: María, su madre; la hermana de ésta; y Magdalena, que es denominada «compañera». ǀ Así, pues, María es su hermana, y su madre, y es su compañera” (Antonio Piñero y otros. (2007). Textos gnósticos. Madrid. Trotta, Párr. 10, p.31)
Uno de los aspectos de la Diosa, es el que se relaciona con la madre Naturaleza, con Gaia, Gea, Pachamama; la madre Tierra. En las culturas agrícolas del Mediterráneo el grano del trigo, es depositado o sepultado en tierra, para que pasado un tiempo germine y se desarrolle. Al ser cosechado, es mutilado, torturado, sacrificado para obtener el grano que permitirá la elaboración del pan. Dioses como Horus-Osiris y Dionisos representan al grano bendito, Isis o Deméter-Perséfone, representan a la madre Tierra en cuyo seno toma vida y se desarrolla la nueva planta del sagrado cereal.
El dios del maíz
En las culturas agrícolas de Mesoamérica, el grano bendito es el maíz y su dios, resulta ser Quetzalcóatl, Kukulcán o Jun Junajpú, el progenitor de los héroes gemelos Junajpú e Xbalamqué; quien vive el mismo drama que sus homólogos del Mediterráneo. «Así como todo campesino maya, al estar sembrando, «envía» el grano de maíz al inframundo, así a 1 Hunahpú —Dios del Maíz— se le ordenó descender a Xibalbá; allí se le dio muerte y luego resucitó en sus vástagos Hunahpú e Ixbalanqué» (Michael D. Coe (1999). El desciframientto de los glifos mayas. México. Fondo de Cultura económica, Párr. 1, 219)
Periféricamente, pero no menos importante, para nosotros, como para Coe, el mito de las dos parejas de gemelos, en el Popol Wuj, recreado en innumerables ocasiones en la alfarería pictórica funeraria maya desde el Pre Clásico hasta el Post Clásico; fue plasmado “en forma de encantamiento funerario hecho, tal vez como el Libro de los Muertos egipcio, destinado a informar al alma del difunto lo que habría de encontrar en su viaje a Xibalbá”. (Coe, Párr 1, 221)
Esa misma Saga, en palabras de Florescano, es analizada de manera similar: “La saga que narra el nacimiento, la muerte y resurrección de J’un Ixin o Ixiim, el dios del maíz en la época Clásica, se complementa y enriquece con el encuentro de una saga semejante narrada muchos siglos más tarde en el libro sagrado de los K’iche’, el Popol Vuh. En esta obra escrita en k’iche’ alfabético y fechada en 1553-1554, no encontramos las fascinantes imágenes de la época Clásica, pero sí una narración teatralizada del viaje de la primera semilla, Jun Junajpú, al interior del inframundo. Cuenta este libro que Jun Junajpú, que en mi interpretación representa la semilla personificada del maíz descendió a Xibalbá, el inframundo maya, gobernado por los señores Uno Muerte y Siete Muerte. Estos vieron en Jun Junajpú un intruso en sus dominios y por eso en lugar de recibirlo deciden combatirlo, lo decapitan y cuelgan su cabeza en un árbol seco que reverdeció milagrosamente y se llenó de frutos (calabazas) que se confundieron con la cabeza decapitada de Jun Junajpú. La curiosidad de una doncella de Xibalbá, Mujer Sangre (Xkik), la llevó a visitar el árbol milagroso colmado de frutos y al acercarse a la calavera de Jun Junajpú ésta le lanzó un chisguete de saliva en su mano y en el acto la doncella quedó embarazada. Esta fecundación inusitada provocó el enojo de los señores de Xibalbá, de tal manera que Señora Sangre, amenazada de muerte, tuvo que escapar de esa región y subir a la superficie terrestre, dónde encontró refugio. Ahí dio a luz a los gemelos Junajpú y Xbalanqué, que en la época Clásica son llamados Jun Ajaw y Yax Balam. En contraste con las anteriores parejas de gemelos, quienes descendían de padres semejantes o estaban vinculados con un ámbito específico del cosmos (el cielo o el inframundo), Junajpú y Xbalanqué participan de una naturaleza híbrida. Son hijos de Mujer Sangre, una mujer de Xibalbá, y de Jun Junajpú, un ser de la región terrestre. Es decir, Junajpú y Xbalanqué provienen de la unión entre las fuerzas fecundantes de la región terrestre y de las germinales del inframundo: su gestación se produce en el inframundo y su nacimiento ocurre en la superficie terrestre”. [Enrique Florescano (2012). Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica. México. Taurus/Prisa editores, Párr. 2, 65]
Así se entenderá que, así como en el cristianismo esotérico, Jesús viene a ser el “pan de vida”, Quetzalcóatl o Junajpú, es el «maíz de vida».
La Diosa y el matriarcado
Muchos estudiosos, entre ellos Sara Molpeceres Arnái, de la Universidad de Valladolid, quien en su análisis titulado: “Aspectos femeninos de la divinidad en la literatura mística de las tres culturas”; explican que en las muy antiguas sociedades matriarcales “la visión femenina de la divinidad se mantuvo durante gran parte del Paleolítico y todo el Neolítico, sumando, en total, un dominio de más de 25.000 años. La autora coincide con otros autores en los que se apoya para exponer que «la cultura de la divinidad femenina implica la percepción del “universo como todo orgánico, sagrado y vivo” (Baring y Cashford, 2005, p. 11), una cosmovisión en la que la humanidad y la vida vegetal y animal forman un todo con la misma divinidad: todo “está entrelazado en una red cósmica que vincula entre sí todos los órdenes de la vida manifiesta y no manifiesta, porque todos ellos participan de la santidad de la fuente original”» (ibid., p. 11).
Según expone Molpeceres: “Los primeros restos que conservamos que pueden relacionarse con la cultura de la diosa madre pertenecen al Paleolítico, datan aproximadamente del 22.000 a. C., y se han hallado a lo largo de un amplio territorio que se extiende desde los Pirineos hasta Siberia. Se trataría de una serie de figuras a las que tradicionalmente se ha llamado, “con poca propiedad” (Eliade, 1978, p. 36), ‘Venus’, como las Venus de Willendorf o Laussel, pero que en realidad serían representaciones de la divinidad femenina. Así lo defienden Anne Baring y Jules Cashford en su obra El mito de la diosa, que precisamente narra la evolución de la diosa madre desde el Paleolítico hasta nuestro tiempo. Como apuntan estas dos autoras, estas ‘Venus’ van más allá de la idea de la pura reproducción para representar la dimensión femenina de lo divino, que, en realidad, simbolizaría algo mucho más grande: la idea del universo como un todo viviente y sagrado (Baring y Cashford, 2005, p. 28). Es decir, la diosa madre no es una diosa excluyente, sino que, en cuanto fuente y receptáculo de vida, integraría todo lo viviente en sí, incluido el principio masculino”.
La divinidad dual
Dada la importancia del aporte de Molpeceres, no podemos más que citarla ampliamente, a continuación: “El surgimiento del Neolítico dota a la cultura de la diosa, que se mantiene sin grandes cambios, de una nueva dimensión, de una nueva valencia significativa: el ciclo de vida-muerte-resurrección de la diosa madre se equipara con la vida de la cosecha y con los ciclos estacionales (ibid., p. 71). A la diosa se le añade un nuevo ropaje, el de diosa de la vegetación, protectora de la siembra y la cosecha (ibid., p. 72). Durante el Neolítico surge también otro elemento relacionado con el mundo vegetal que marca un nuevo episodio en la evolución de la idea de lo divino. Se deduce a partir de los restos arqueológicos conservados que la divinidad empieza a representarse no únicamente como una figura femenina individual, sino como una figura de tipo dual: la de la diosa y su hija, y la diosa y el dios”.
“Son diversas las figuras de la diosa con dos cabezas, o de dos diosas con edades diferentes (ibid., p. 80). Simbolizan el origen de la vida (la madre) y su materialización en la vida concreta (la hija), o, recurriendo a una formulación que se hará más evidente en la Edad del Bronce, se trata de la oposición entre zoé y bíos, siendo zoé la vida inmutable, eterna e inmortal de la que todo surge, y bíos, la vida concreta, temporal, que se regenera continuamente (como la cosecha), pues cuando muere vuelve a la madre, a zoé, vuelve a surgir, reformulada de nuevo, como bíos (ibid., p. 80 y ss.)”.
“El mismo significado posee la dualidad formada por la diosa y el dios. Pero aquí es importante señalar que nos encontramos con las primeras figuras que muestran la materialización del principio masculino como algo externo a la diosa, que en el Neolítico es andrógina, simbolizando en sí la unión de lo masculino y femenino. En cualquier caso, en este momento la relación del dios con la diosa se establece dentro de una dualidad que también se hará mucho más evidente en la Edad del Bronce: la relación entre la diosa y su hijo-amante (nunca hombre adulto), la dualidad zoé–bíos, en la que el dios es hijo-consorte de la diosa, en cuanto que es vida concreta y mutable que nace de la vida inmutable (ibid., p. 116)”.
“Precisamente será la Edad del Bronce (3500-1250 a. C.) el punto culminante en la historia del culto a la diosa, ya que en este momento van a confluir cinco civilizaciones cuya religión se basa en el mito de la gran madre: Creta, Egipto, Anatolia, Canaán y Súmer/Babilonia (ibid., p. 175-181). Resulta de especial relevancia la cultura minoica, que tiene lugar en Creta entre los años 3000 y 1150 a. C. La divinidad femenina minoica es heredera de la diosa neolítica en cuanto a caracterización y simbología: es diosa de los animales, del cielo, la tierra y el inframundo. Pero hay un llamativo y nuevo elemento en la iconografía de esta diosa madre minoica: son muchas las representaciones de la diosa con un hacha de doble filo que sería el instrumento de sacrificio del toro, que simboliza al dios y la vida concreta (ibid., p. 141). Sólo las sacerdotisas podían llevar el hacha, en recuerdo del poder de la diosa y su capacidad para dar vida y quitarla (Eliade, 1978, p. 149). De nuevo, la muerte del dios-toro simboliza el renacer: el dios, que es bíos, muere cuando llega a término su existencia, idea común a muchas mitologías que se materializa en mitos como el de la muerte rey pescador, el rey anciano o moribundo (Frazer, 1944). Cuando el dios ‘viejo’ muere, vuelve a la diosa y renace como dios joven y nuevo, es decir, el dios muere como cereal viejo y renace como semilla, con toda la potencialidad de la vida (Baring y Cashford, 2005, p. 161 y ss. y 196). No es de extrañar, por tanto, que los rituales cretenses giraran alrededor del toro”.
Otro de los autores que coincide con tal afirmación, es Alan Butler. Citaremos a continuación párrafos de la obra de este autor: “La Diosa, el Grial y la Logia –Rastreando los orígenes de la religión”, para refutar de manera contundente, el error histórico que significa negar la divinidad femenina, representada en particular en la virgen María y en general, en todas las deidades femeninas, que en primera instancia, recuerdan el papel protagónico de la mujer, como abuela, madre, esposa, hermana, hija y a escala mayor, a la madre Naturaleza, a la madre Tierra, Gaia, Pachamama y a la madre universal, la Prakriti, el Barbelo de los gnósticos.
El ciclo de los cereales
“En la actualidad se acepta en general que las creencias religiosas minoicas se centraban en una única Gran Diosa que tenía muchas manifestaciones, como, por ejemplo, Diosa de la agricultura, Diosa del Parto, Diosa de los muertos, etc., aunque en última instancia estas no eran más que manifestaciones alternativas de la deidad principal. El mito de la creación de la Creta minoica es cíclico y perpetuo. En éste, la Diosa que es eterna, da a luz a un hijo, que es conocido como el joven Dios. El Joven Dios crece hasta que llega a la madurez y se convierte en consorte de la Diosa, momento en el cual se convierte en el Viejo Dios. Éste se une carnalmente a la Diosa, la cual da a luz a un nuevo hijo, el Joven Dios. En esta ocasión el Viejo Dios debe morir, y el ciclo comienza de nuevo”.
Entre otros muchos aportes interesantes al tema que abordamos, Alan Butler en su obra: “La Diosa, el Grial y la Logia –Rastreando los orígenes de la religión”, hace la siguiente analogía: “Es posible ver en esta historia un tema recurrente que está presente en casi todas las civilizaciones. Existe una canción popular inglesa, llamada «John Barleycorn» (que podría traducirse como “Juan Cebada”). Que en esencia narra un relato similar. La canción habla de las pruebas y de las tribulaciones por las que tuvo que pasar John Barleycom. En los versos iniciales de la canción a John se le derriba, se le golpea violentamente y se le asesina. Se supone que el que escucha la canción no se da cuenta, hasta el último verso, de que la letra habla del cereal de la cebada. La última línea deja claro que, después de ser derribado, golpeado y muerto, John Barleycom siempre vuelve a levantarse”. [Alan Butler, La diosa, el grial y la logia –Rastreando los orígenes de la religión: (Barcelona. Obelisco. 2004), 41]
En dicha obra se lee también que: “La Gran Diosa «es» la Tierra, que, en su fertilidad, da a luz cada año a una nueva descendencia. Simbólicamente, esa descendencia guarda relación con los cereales, como el trigo y la cebada. El Joven Dios «es» ese grano, y alcanza la madurez antes de ser segado para hacer pan y cerveza. Pero, evidentemente, es «su» simiente, ahora como Viejo Dios, la que vuelve a la tierra para generar la cosecha del año próximo. El Joven Dios no puede nacer si el Viejo Dios no muere. Se pueden encontrar tales «mitos vegetales» en la historia griega de Deméter y Dioniso, en las fábulas egipcias relativas a Isis y Osiris, y en docenas de ejemplos más”. (Obra citada, 22,23]
Para Timothy Freki y Peter Gandy: “El mito cristiano del «retorno» es una poderosa alegoría diseñada para guiamos a través de las fases de iniciación que conducen a la Gnosis. Fue creado a partir de la síntesis del mito judío del Éxodo y mitos paganos de la muerte y la resurrección del Dios-hombre Osiris-Dionisos. En su origen era un mito sencillo y abstracto, pero durante los siglos I y II d.C. fue revisado y embellecido para convertirse en el mito más influyente jamás creado: la historia de Jesús”. [Timothy Freke y Peter Gandy. Jesús y la diosa perdida. Ed Integral, 24]
“Los personajes más importantes de esos mitos de iniciación alegóricos eran las diosas perdidas y redimidas y el Dios-hombre que muere y renace. En todo el mundo antiguo se encuentran variaciones regionales sobre estas dos poderosas figuras. En Egipto eran conocidas como Isis y Osiris; en Grecia, como Perséfone y Dionisos; en Siria, como Afrodita y Adonis; en Asia Menor, como Cibeles y Atis; en Mesopotamia, como Ishtar y Marduk; en Persia, como la Magna Mater y Mitra; en la zona de alrededor de Judea, como Asherah y Baal. Los gnósticos paganos eran conscientes de que todos estos dioses hombre y diosas eran básicamente dos arquetipos míticos universales. A veces utilizaban el nombre general «Gran Madre» para referirse a la Diosa y «Osiris-Dionisos» para referirse al Dios-hombre. Los mitos del Dios-hombre pagano describen a un «Hijo de Dios», nacido de una virgen el 25 de diciembre, que muere en Pascua mediante crucifixión, pero resucita al tercer día. Es un profeta que ofrece a sus seguidores la oportunidad de volver a nacer a través del rito del bautismo; un obrador de milagros que resucita a los muertos y convierte milagrosamente el agua en vino en una ceremonia matrimonial; un salvador que ofrece a sus seguidores la redención si participan en una comida de pan y vino, que simbolizan su cuerpo y su sangre. Los cristianos originales incorporaron a su mito de Jesús estos y muchos otros elementos míticos, como analizamos en detalle en Los Misterios de Jesús. [Timothy Freke y Peter Gandy. Jesús y la diosa perdida. Ed Integral, 30]
Molpeceres, cita un antiguo poema gnóstico, encontrado en la biblioteca de Nag Hammadi, para apoyarse en conclusiones por demás interesantes en torno del principio gnóstico-holístico que nos enseña que la “diversidad es la unidad”, es decir, la unidad del todo: “En una formulación que nos recuerda al poema gnóstico Trueno: intelecto perfecto, se nos hace referencia a la indeterminación orgánica dentro de lo divino, a la existencia totalizadora en la que todos los seres son iguales con base en su compartida esencia divina. Solo así puede el patriarca pasar a ser niño, la madre dar a luz al abuelo, la hija ser hermana del padre… todos ellos unidos en un tiempo sin tiempo en lo Divino. Más evidente es todavía la última parte del poema, en la que del cuerpo sacrificado y despedazado nace nueva vida, como era sacrificada y despedazada la vida concreta (el dios masculino, bíos) para volver a la vida total y perenne (la divinidad femenina, zoé). Aquí esos pedazos no son solo de carne, sino también están constituidos por los otros elementos de la creación (aire, agua, fuego), parte también de la unidad de lo Divino, y todo ello, sembrado, devuelve la vida a la Tierra yerma. Como en el ciclo de renovación de la vida por el que el cereal viejo muere para nacer como semilla, de los restos del creyente surge una nueva forma de vida divina, esta vez vegetal, dando cuenta de la circularidad de la vida y de la integración de la vida individual, sea humana, animal o vegetal, en el Todo. Se trata, por tanto, no del concepto tradicional de la muerte de la vida física para la resurrección espiritual -“Se siembra cuerpo animal y se levanta cuerpo espiritual” (1Cor. 15, 44)-, sino de la resurrección dentro de la Divinidad como Divinidad y tal cosa puede vivirla el místico en vida. De ahí, por ejemplo, este dicho del maestro jasídico el Baal Shem Tov (Israel Ben Eliezer, s. XVIII): “Si yo amo a Dios, ¿qué necesidad tengo de un mundo venidero?” (Buber, 1996, p. 109).
La Diosa Isis
José Luis Rodríguez Plasencia, en su artículo: “De ritos y mitos agrarios”, explica que “Según Diodoro Sículo —historiador del siglo I a. C.—, Isis era la diosa egipcia de los cereales y a ella atribuían los griegos el descubrimiento del trigo y la cebada. A la vez, Osiris era tenido por el espíritu de la cosecha, de la tierra y de los árboles. Por eso, al llegar la época de siembra, el faraón y su esposa, junto con los sacerdotes, llevaban el toro sagrado a los campos y, tras realizar una serie de ritos destinados a lograr su fertilidad, lo araban mientras unas jóvenes núbiles esparcían el grano por los surcos recién abiertos. Por su parte, los sacerdotes hacían efigies del dios con paja, grano y tierra y las enterraban en los campos. Después de la cosecha, se desenterraban y si encontraban el grano germinado, decían que había crecido del cuerpo de Osiris”.
Pero leamos que nos dice Butles, al respecto de la diosa: “Una vez aparecida la escritura, nos encontramos con aspectos de la Gran Diosa en todas las culturas alfabetizadas, aspectos nacidos de innumerables generaciones de tradición oral. En la antigua Grecia, la Diosa tuvo muchos nombres y rostros. Esto se debe en parte al hecho de que cada una de las regiones que comprendían la confederación que formaba la antigua Grecia contribuyó de algún modo a su panteón religioso definitivo. Egipto tuvo también multitud de diosas, pero ninguna personificó tan adecuadamente a la original diosa neolítica de la Tierra como la más importante de las deidades femeninas egipcias, Isis”.
“Isis conocida también como Ast, era una de las más antiguas deidades, entre los muchos dioses y diosas a los que los egipcios llegarían a dar culto. Se la representa invariablemente como una mujer que lleva un centro de papiro. Porta una corona con dos cuernos, entre los cuales se aprecia un disco. A veces, se ve a Isis con unas alas radiantes, alas que mueve para devolverle la vida al cuerpo de su marido y hermano asesinado, Osiris”.
“Su historia es una historia de dolor, pero con final feliz. Este hecho, en sí mismo, podría ser en parte responsable de la popularidad de su culto. Con el tiempo, se difundiría más allá de las fronteras de Egipto a todo el mundo conocido. Los expertos suelen decir de Isis que «evolucionó a partir de una forma muy primitiva del espíritu de los cereales. El principal reclamo de su fama en la historia de Egipto es la lealtad y el amor que mostró por Osiris, con quien su propia historia está íntimamente entrelazada”.
“Isis tenía muchos nombres y regía muchas ocupaciones humanas. Se la acepta en todo Egipto y más allá de sus fronteras como diosa de las cosechas y de los alimentos en general. Su estación era la primavera. Esta es la época en que las semillas que duermen en la tierra comienzan a germinar. Es el comienzo del proceso que lleva a la abundancia final del otoño”. [Alan Butler, La diosa, el grial y la logia –Rastreando los orígenes de la religión: (Barcelona. Obelisco. 2004), 39,40]
Isis y Osiris
“Isis estaba casada con Osiris, una deidad igualmente antigua. El culto de Osiris era ciertamente anterior a cualquier registro escrito en Egipto: y, dado que la escritura se instaló muy pronto en esta civilización, es casi seguro que los primeros habitantes del fértil valle del Nilo trajeron con ellos algo de Isis y de Osiris. El punto esencial del mito de Osiris es que moría y renacía de forma cíclica, mostrando un claro paralelismo con el joven dios y el viejo dios minoico. La historia de Osiris es, a este respecto, al menos, casi idéntica a la de los griegos Adonis y Atis. En cada caso, la muerte del dios es llorada por una diosa que se esfuerza por devolverle la vida a su consorte. Los egipcios creían que Osiris le había enseñado a la humanidad a sembrar y a cosechar los cereales por lo que comparte con Isis su asociación con la vida vegetal. Y esto quizá se deba a la importancia que daba la naciente humanidad a estos asuntos. La posición de Osiris como dios de los cereales que es sacrificado refleja un tema que nos veremos obligados a examinar una y otra vez incluso dentro del contexto cristiano”.
“Osiris era el hijo de Nut, una gran diosa del cielo, y de Ra, deidad principal de los egipcios. Osiris fue un dios justo y poderoso que gobernó con sabiduría las tierras de Egipto. Él civilizó a las gentes de los dos reinos, y les enseñó los rudimentos necesarios para que pudieran crearse un maravilloso hogar en el vallo del Nilo”.
“Aunque todo el mundo amaba a Osiris, éste tenía un enemigo: el dios Set. Set decidió dar muerte a Osiris y, para ello, recurrió a la astucia. Set hizo que le construyeran un hermoso sarcófago con las dimensiones exactas para albergar el cuerpo de Osiris. Después de invitar a muchas deidades a un fabuloso festín, Set hizo sacar el ataúd y persuadió a todos los invitados para que, por turnos se metieran en él y lo probaran. Cuando le llegó el turno a Osiris y éste se metió en el sarcófago, Set y sus esbirros cerraron rápidamente la tapa, sellaron las juntas con plomo fundido y lo tiraron después en las orillas del Nilo, quedando varado mucho tiempo después en las orillas de Biblos, enredado entre las ramas de un arbusto de tamarisco. Con el tiempo, el tamarisco se convirtió en un árbol, y el ataúd de Osiris se quedó encerrado en su tronco. Tan hermoso era el árbol que Melcanthus, rey de Biblos, hizo que lo talaran con el fin de hacer con él un pilar para su palacio, sin saber que el cuerpo de Osiris estaba en su interior”.
“Mientras tanto, Isis que había tenido noticias ya del asesinato a traición de su marido, salió precipitadamente hacia Biblos. Disfrazada de criada tomó a su cargo a un infante real, consiguiendo así ser admitida en el palacio, aunque con el tiempo se identificaría como la diosa que era. Abrieron el tronco del árbol y apareció el sarcófago e Isis se lo llevó de vuelta a Egipto por mar, para luego ponerse en camino con el fin de buscar a su hijo Horus. Pero, mientras ella estaba lejos, Set llegó al lugar en donde se encontraba Osiris y descuartizó su cuerpo en catorce pedazos, que posteriormente esparció por todo el país”.
“Al enterarse de lo que había ocurrido, Isis volvió precipitadamente y se puso a buscar los pedazos. Los encontró todos salvo el falo, que según dicen algunas historias, sustituyó por un falo hecho con cera de abejas. Osiris recobró la vida gracias a su fiel hermana y esposa Isis. El hijo de ambos, Horus, se tomaría cumplida venganza de Set una vez alcanzada la madurez”.
“Otras versiones de la historia dicen que Osiris nunca recuperó la vida, sino que se convirtió en rey de los muertos. La batalla entre Horus y Set proseguiría eternamente y sólo cuando Horus venza podrá Osiris recuperar su legítima posición como rey de Egipto. Mientras tanto, todos los faraones del antiguo Egipto asumieron aspectos de su personalidad y se convertirían «mágicamente» en Osiris durante el tiempo de sus reinados. Ellos eran el Osiris renacido, legatarios del ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento”.
“La historia de Isis y Osiris es una historia anual. En su forma original, el desmembramiento del cuerpo de Osiris era sinónimo de la siega, la trilla y la molienda del grano. En este contexto, Isis es la misma Madre Tierra. Sólo ella tiene el poder para tornar el grano y hacer que surja una nueva cosecha, para que Osiris, el grano dorado, pueda vivir de nuevo”. [Alan Butler, La diosa, el grial y la logia –Rastreando los orígenes de la religión: (Barcelona. Obelisco. 2004), 40-42]
Deméter, Perséfone y Dionisos
“Existen grandes similitudes entre esta historia y el relato del griego Dioniso. Dioniso es una deidad compuesta, pero también tiene un fuerte vinculado con la vegetación. Originalmente, asimismo le debía su existencia al culto de los cereales. Los relatos que existen en torno a él son muchos y variados, pero hay un tema subyacente similar al de los mitos de Osiris”.
“A Dioniso se le hacía pasar en ocasiones como hijo de Perséfone que de por sí podría equipararse a su madre Deméter. Estas dos deidades son las homólogas griegas de la egipcia Isis. En otras versiones del relato, Dioniso aparece casado con Perséfone o incluso con Deméter. Pero en todas las historias Dioniso caía en manos de sus enemigos y era asesinado de una forma horripilante. Era desmembrado y su cuerpo era cocido, asado y comido. Su esposa/madre/hermana se las ingeniaba de algún modo para reunir de nuevo todas las partes, y él dios terminaba siendo reconstruido. La única parte de su anatomía que escapaba a la indignidad del resto de partes de su cuerpo era su pene”.
“La alusión fálica de la historia llevó a una ceremonia anual en la cual las mujeres griegas desfilaban con cestas en la cabeza. En esas cestas se ponía una representación del pene de Dioniso, tallado en madera de higuera. Hay aquí un juego de alusiones sexual, pues el fruto de la higuera tiene un gran parecido con la vagina femenina”.
“Una sugerente similitud entre las historias de Osiris y de Dioniso se halla en el hecho de que en ambas se hace mención específica del pene. En algunas versiones de los relatos egipcios, Isis encuentra primero el desmembrado falo de Osiris. En la versión de Dioniso, su falo sobrevive al intento de los villanos de destruir por completo el cuerpo del dios”.
“Hay incluso versiones de la historia de Isis en las cuales la diosa utiliza el desmembrado pene de Osiris para inseminarse a sí misma. En otros relatos, lo hace con la ayuda de un miembro que se ha hecho ella sola. El objetivo de estas dos historias es esencialmente el mismo que se propone en la canción de John Barleycorn. Al dar su vida, el héroe proporciona los medios para su continuación. Todas estas historias son, básicamente, una explicación de los reiterados e inalterables ciclos de la naturaleza. El héroe muere, pero la única influencia perdurable y sustentadora es la de la Diosa. Ella representa la fertilidad de la Tierra que es directamente responsable de la continuidad de la vida”. [Alan Butler, La diosa, el grial y la logia –Rastreando los orígenes de la religión: (Barcelona. Obelisco. 2004), 42]
El pan, el vino y el hieros gamous
Otros autores, entre ellos, Timothy Freke Y Peter Gandy, asocian también el sacrificio del vino de la Eucaristía, a la tradición que venimos estudiando. “Según los gnósticos cristianos, existen muchas alusiones al matrimonio místico en la historia de Jesús. La más importante es el ritual de la Eucaristía, basado en los antiguos ritos del matrimonio místico de los misterios paganos. En los misterios de Eleusis, la diosa Deméter estaba representada por el pan y el Dios-hombre Dionisos por el vino. Del mismo modo, los primeros cristianos asociaban el pan con María y el vino con Jesús, a quien se llama «la verdadera vid» en el evangelio según san Juan. El literalista Epifanio, que se percata con horror de que los iniciados de la escuela coliridia del cristianismo celebraban la eucaristía en nombre de «María, Reina de los Cielos», escribió”: «Adornan una silla o trono cuadrado, la cubren de un mantel de lino y, en cierto momento solemne, colocan pan allí, lo ofrecen en nombre de María, y comparten todos ese pan».
“En el acto de comer ceremonialmente el pan y beber el vino, el Dios hombre y la diosa, que representan la conciencia y la psique, comulgan en un matrimonio místico. Es muy significativo que, mientras Jesús oficia la celebración eucarística de la Última Cena, la «amada discípula», María Magdalena, se recline en su regazo”.
“En un episodio anterior, en las bodas de Canaán, Jesús convierte milagrosamente el agua en vino, lo cual, según los gnósticos, representa el matrimonio místico. El agua que se transforma en vino es un símbolo arcaico que representa la intoxicación extática de la transformación espiritual. Los creadores de la historia de Jesús tornaron prestado este motivo de la mitología pagana, donde el Dios-hombre Dionisos convierte el agua en vino durante la boda de Ariadna. En la versión cristiana de este relato, Jesús no se presenta como el novio. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, Jesús se refiere a sí mismo, y otros se refieren también a él en repetidas ocasiones, como «el novio». Justo al principio del evangelio según san Juan, por ejemplo, Juan Bautista saluda a Jesús como «el novio». [Timothy Freke y Peter Gandy. Jesús y la diosa perdida. Ed Integral, 142, 143]
Resulta por demás interesante entrelazar el simbolismo oculto tras el sacrificio del trigo en las religiones solares del Mediterráneo, con el sacrificio del pan y el vino de la cena del Señor.
El pan, la primavera y la fertilidad
En una monografía de la Universidad de Córdoba, titulada: “Cultura del pan”, se encuentra un amplio e interesante estudio dedicado a la simbología del pan. Allí, entre otros párrafos con valiosos aportes para la comprensión de la Gnosis eterna y universal, se encuentran los siguientes, de los cuales hemos respetado la ortografía: “La agricultura de los cereales, debido a su importancia en el bienestar de los pueblos sedentarios, alcanzó carácter sagrado desde la antigüedad. Una gran cantidad de dioses ejercían sus influencias beneficiosas ó perniciosas sobre la evolución climática de las estaciones”.
“Los Egipcios dieron a Nerpri rango de Dios del trigo, los Fenicios rendían culto a Mot, espíritu del grano. En la mitología griega Deméter desempeñaba el papel de protectora de la Tierra cultivada, papel encarnado por Ceres en Roma”.
“En el antiguo Egipto, el pan fruto de los cereales, amparaba creencias muy complejas. A su alrededor oscilaban nociones de procreación y fecundidad. El acto sexual y el instinto de reproducción encontraban un trasunto simbólico en la misteriosa fermentación del pan. La levadura era germen a la vez que semilla, el semen vital. Bajo su acción, la masa, cándida e inerte, se convulsionaba en todo su ser para dar lugar al pan levantado. De hecho en el viejo latín, el término levamen no significa fermento, sino consuelo, alivio, descanso. Los panes ázimos ó sin levadura eran considerados un símbolo de pureza, y sólo con pan ázimo puede conmemorarse el tiempo de Pascua. Numerosos pasajes de la Biblia condenan con intransigencia manifiesta el consumo de pan leulado en la fiesta de los Azimos”.
“La imagen del pan penetraría en los rincones más profundos del inconsciente colectivo de los pueblos mediterráneos vinculada a la idea de la procreación. Aun hoy, un abanico de etimologías, proverbios y expresiones cotidianas, plenas de uso y vigor, corroboran la existencia de connotaciones remotas en la esencia del pan”.
“El papel del pan para crear mitos universales se basa en la similitud existente entre la masa introducida en el horno y el feto en el seno materno, asimismo existe un paralelismo entre los movimientos del acto sexual y la acción del panadero al introducir las hogazas en el horno, valiéndose de las palas de madera. De hecho el sustantivo horno y el verbo fornicar tienen la misma raíz etimológica”.
“Cuando Jesús celebró la Pascua con sus discípulos, lo que hizo fue prolongar la liturgia doméstica judía de la bendición del pan y el vino. A partir de aquí la fracción del pan cobra un nuevo significado, convirtiéndose en el acto de culto más importante de su confesionalidad. Belén significa en hebreo «casa del pan». Era frecuente que Jesús se identificase a sí mismo con el pan «Yo soy el pan de la vida», «Yo soy el pan viviente». Curiosamente el pan ázimo y el concepto de pureza que lo acompañaba no se incorporarían a la liturgia cristiana hasta muchos siglos después. Los cánticos eclesiásticos bautizaron las hostias blancas e inmaculadas de pan ázimo como «pan de los ángeles11. Así hasta no hace muchos años, en numerosos rincones de España, el pan se hallaba investido de un halo de religiosidad”.
El grano y la energía creadora
Samael Aun Weor en su conferencia “Dios Pacal”, aborda el simbolismo tántrico del grano del trigo, del arroz y del maíz y lo relaciona también con el ens seminis, la energía creadora. Explica que: “Entre los mayas, así como entre los nahuas, zapotecas, toltecas, etc.; el maíz es sagrado. Alegoriza o simboliza a la simiente humana. Por ejemplo, en China, La India, Japón, etc.; la simiente está alegorizada o simbolizada por el arroz y en los pueblos cristianos de Europa y del Medio oriente la simiente fue alegorizada o simbolizada por el trigo”. Al referirse a la cruz de la que se sostiene Pacal, en la lápida de Palenque, da la siguiente explicación: “La cruz hecha de caña de maíz, obviamente resulta tremendamente significativa, pues bien sabemos nosotros que la cruz es un instrumento de liberación, no únicamente de martirio. Realmente, la inserción del phalus vertical dentro del ectais formal, hacen cruz. Bien, y si tal cruz es hecha de cañas de maíz, nos está indicando algo extraordinario. Es obvio que en el ens-seminis, dentro del cual está contenido el ens-virtutis del fuego, existen poderes extraordinarios. El ens-seminis o entidad del semen, o esperma sagrado del ser humano, contiene poderes místicos trascendentales, formidables, que los mayas analizaron cuidadosamente en sus estudios, no solamente en Palenque, sino en Cancún, en Chichen Itzá, etc.
El culto de Adonis
Otras analogías interesantes entre el ciclo de los cereales y los misterios solares asociados a Semana Santa, nos las da James George Frazer, cuando afirma que: “ la historia en la que Adonis gastaba la mitad del tiempo, y según otros un tercio del año en el mundo de abajo y el resto del tiempo en el mundo superior, se explica muy simple y naturalmente suponiendo que él representaba a la vegetación, especialmente al cereal, que queda enterrado medio año y reaparece sobre el suelo el otro medio. Ciertamente, del fenómeno natural anual, nada hay que sugiera con tanta fuerza la idea de muerte y resurrección como la desaparición y reaparición de la vegetación en otoño y primavera” (Frazer, J. (1994). La rama dorada. FCE. México, 391, 392)
Frazer, ahonda más en su explicación del culto de Adonis, como divinidad del cereal, en el siguiente fragmento: “El abate Lagrangc ha sugerido que el duelo por Adonis fue esencialmente un rito de siega destinado a propiciar al dios-grano, que ya estaba pereciendo bajo el filo de la hoz de los segadores o pateado en la era hasta morir bajo las pezuñas de los bueyes. Mientras los hombres le mataban, las mujeres lloraban lágrimas de cocodrilo en casa para apaciguar su natural indignación con muestras de dolor por su muerte. La teoría se ajusta bien con las fechas de los festivales que recaen en primavera o verano; primavera y verano son las temporadas de cosechar la cebada y el trigo en los países que reverenciaron a Adonis, y no en otoño. Además, está confirmada la hipótesis por la costumbre de los segadores egipcios que, condolidos, llamaban a Isis cuando cortaban las primeras espigas, y también está acreditada por las costumbres análogas de muchas tribus cazadoras que testimonian gran respeto a los animales que cazan para comer. Así interpretada la muerte de Adonis, vemos que no es el desfallecimiento natural de la vegetación en general a los embates del calor estival o del frío hiemal; es la destrucción violenta del cereal por el hombre, que lo derriba cortándolo en el campo, lo aplasta hasta despedazarle en la era y lo muele hasta hacerlo harina en el molino. Que esto fuese el aspecto principal en que se presentó Adonis mismo en épocas posteriores a los pueblos agrícolas de Levante…” (Op cit 393)
En otro apartado, Frazer establece una relación más directa entre el pan, Adonis, Belén y Jesucristo; como una confirmación de lo que hemos venido exponiendo: “no deja de ser significativa una afirmación harto conocida de San Jerónimo. Nos dice que Belén, tradicional lugar del nacimiento del Señor, estaba sombreada por un bosque del todavía más antiguo señor sirio, Adonis, y que donde el niño Jesús lloró, había sido llorado el amante de Venus. Aunque él -no lo dice así expresamente, suponemos que Jerónimo pensaba que el bosque de Adonis fue plantado por los paganos después del nacimiento de Cristo con la idea de profanar el lugar sagrado. En esto pudo haberse equivocado. Si Adonis fue ciertamente, como hemos tratado de demostrar, el espíritu del cereal, difícilmente puede encontrarse para su morada un nombre más apropiado que Bethlehem, «La casa del Pan», y es posible que fuera adorado allí, en su casa del pan, largo tiempo antes que el nacimiento del que dijo: «Yo soy el pan de la vida». Aun en la hipótesis de que Adonis hubiera seguido, mejor que precedido, a Cristo en Bethlehem, la elección de su triste figura para desviar la fidelidad cristiana de su Señor no puede menos que parecernos eminentemente apropiada cuando recordamos el parecido de los ritos que conmemoran la muerte y resurrección de los dos”. (ibid., 401)
Domingo de ramos y las fiestas de primavera
Rodríguez Plasencia, ya citado, comenta que: “esto de cortar ramos —sin lucha, por supuesto— ya se hizo en Israel durante la fiesta de los tabernáculos o de la cosecha, pues el pueblo elegido se regocijaba delante de Dios portando ramos con frutos de árboles espesos, con ramas de palmeras o sauces de los arroyos, para reverenciarlo con gozo y alegría”.
“Igualmente, esta costumbre de portar ramos tenía lugar en algunos al terminar en primavera el laboreo de las viñas, celebrando la llamada «fiesta del ramo». «El último día de brega —escribe Bonifacio Gil refiriéndose a Baños de Montemayor, entre otras localidades cacereñas (pp. 73-74)—, al caer la tarde, los hombres cortaban un gran ramo florido de cualquier árbol, que uno de ellos portaba a modo de estandarte, siguiéndole los demás con la azada al hombro y entonando canciones», como esta: Se han cavado las viñas sin echar mantas porque el amo y el ama no las aguantan”.
“Y dentro de esta costumbre de portar ramos deben incluirse aquellas festividades durante las cuales los devotos portan ramos adornados con cintas y otros aderezos, como roscas u otros dulces, en honor a sus santos patronos o a sus Vírgenes, como —por ejemplo— acontece en Casar de Cáceres, donde el primer domingo de septiembre tiene lugar la ceremonia del «ramo de ánimas», en la que se mezcla la tradición religiosa de ánimas —detectamos aquí el culto a los muertos ya mencionado— con la secular costumbre de celebrar con alegría la recogida de las cosechas”.
“Tampoco debe olvidarse la bendición de ramos y palmas que la Iglesia católica realiza en ciertas ocasiones: el Domingo de Ramos, por ejemplo. Ramos que, una vez bendecidos, los fieles colocan en sus casas como remedio profiláctico para ahuyentar las enfermedades o las tormentas”.
Rodríguez anota también que: “En Polonia —escribe la profesora Katarzyna—, el último haz era transportado a los hogares o a las casas señoriales en forma de corona, ramo o haz, según fuese costumbre en cada región. Y añade que «representaba el momento culminante del ritual de la cosecha». En Francia, con la última gavilla hacían una efigie, que vestían de azul y blanco, a la que ponían una ramita en la pechera. La llamaban Ceres —de la raíz protoindoeuropea ker: ‘crecer, crear’—, por la diosa romana de la agricultura, de las cosechas y de la fecundidad. En Gran Bretaña, la madre cereal o la Corn-Dolly —efigie del trigo— estaba hecha con partes de la última gavilla cortada, pues según decían su espíritu se encarnaba en ella hasta la cosecha siguiente”.
Conclusión
Es así como el Mito solar, la concepción, nacimiento y vida del niño sol; así como en Viernes Santo, se conmemora la pasión, muerte y resurrección del héroe solar de las grandes civilizaciones serpentinas; toda la saga, está íntimamente relacionado con el culto a los cereales. Los dioses solares, son a la vez, los dioses del grano. El Sol y los cereales, dan vida y la dan en abundancia. Sin embargo, más allá del significado astronómico y agrícola del sacrificio y redención de los dioses santos, es preciso comprender que las antiguas tradiciones, cultos, mitos y leyendas hacen referencia a encontrar la explicación de esos misterios, en cada uno de nosotros. De nada serviría estudiar el ciclo anual de los dioses solares y de los cereales; sino lo realizamos en nosotros mismos, si no lo hacemos carne y sangre en nuestra vida personal. Fraternalmente